“Hoy, cuando se levantan nuevos muros y dejamos que tanta gente se ahogue en el Mediterráneo, la música muestra lo obvio: las civilizaciones se encuentran. Son sólo las descortesías las que chocan”.  Fabio Vacchi

 

¿Por qué Beethoven se está convirtiendo en una razón de peso para visibilizar a los compositores negros? Agregar a Mi Cervantino

 

En medio de una pandemia que ha puesto al mundo a preguntarse por lo que es verdaderamente valioso; cuando el Black Lives Matter resurge para mostrarnos que los años de la segregación racial y el apartheid no han terminado del todo y cuando la xenofobia sigue cerrando fronteras en lugar de abrirlas, el legado de Beethoven resuena para llevarnos a pensar más allá del color de su piel. 

Hay un hecho aparentemente controversial: Beethoven pudo haber sido negro, al menos en cierto porcentaje de su origen ya que es probable que su madre, María Magdalena Keverich, fuera una mujer morisca.  

El primero en especular sobre la raíz africana de Beethoven fue el compositor inglés Samuel Coleridge-Taylor, pues él mismo era afrodescendiente y cuando veía imágenes de Beethoven notaba las similitudes físicas que compartían. Era 1907, ocho décadas atrás había fallecido el genio de Bonn, Coleridge-Taylor regresaba a Inglaterra después de estar en Estados Unidos donde la segregación racial crecía, entonces dijo: “Si el más grande de todos los músicos estuviera vivo hoy, le resultaría imposible obtener alojamiento en un hotel en ciertas ciudades estadounidenses”. La frase Beethoven was black se convertiría en consigna en los años sesenta cuando la comunidad afrodescendiente luchaba por sus derechos civiles.  

Este año se celebra el 250 aniversario del nacimiento del genio de Bonn y aunque la pandemia no ha logrado cancelar las celebraciones, estas han sido menos y discretas. El Cervantino no quiere dejar pasar la oportunidad de celebrar el legado musical de Beethoven y ha preparado un programa con varios espectáculos para ello: la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato interpretará la famosa Sinfonía no. 5 en Do menor, op. 67; la Compañía Nacional de Danza estrenará la segunda parte de Beethoven en la intimidad llamada Ludwig en tu casa 2.0, una serie de coreografías íntimas basadas en cuartetos del compositor alemán; y el Cuarteto Latinoamericano tocará dos de las cinco obras para trío de cuerdas escritas en la década de 1790. A la oferta musical se suma una conversación sobre el proceso creativo del melólogo Beethoven the African interpretado por la Paris Mozart Orchestra durante el 2020. Claire Gibault, directora de este ensamble, encargó la pieza a Fabio Vacchi, a quien le interesó por sobre todos los ángulos posibles para abordar al músico romántico su relación con la lucha en contra del apartheid y la discriminación racial. Y no es que Beethoven haya sido un activista, no, para nada, pero las especulaciones sobre su raíz africana han revivido la discusión y abonado a la defensa de la igualdad. Vacchi, compositor especializado en música tradicional africana, basó su melológo en el libro de cuentos Beethoven tenía algo de negro de la sudafricana Nadine Gordimer y en extractos de cartas de Nelson Mandela en la prisión, de esta manera propone mirar al genio desde su música y partir de él para mirarnos a nosotros mismos como sociedad.  

En Twitter, el compositor alemán ha sido tendencia, más que por su genialidad musical, por este posible origen africano. Esta premisa fue retomada en 2015 en un artículo de The Concordian y a partir de ahí ha estado relativamente activa en las redes con una mayor exposición este 2020, como es de esperarse por la efeméride. 

Se discute su ascendencia materna, sus rasgos físicos con características afrodescendientes y su gran conocimiento por los ritmos africanos que incluso se dice que se pueden percibir en sus obras. Pero ¿por qué deberíamos versar nuestra atención en esta trivialidad incierta y sorprendernos al respecto? ¿Por qué es importante reclamarlo negro para pensar diferente de su música? La genialidad no tiene raza, ni sexo, ni edad. Es indudable que Beethoven ha sido uno de los músicos más brillantes de la música clásica, sin embargo, forzar un vínculo entre los negros y el compositor occidental es seguir centralizando a las mismas figuras hegemónicas y dejar en las periferias a quienes siempre han estado invisibilizados. Esta polémica podría ser un buen pretexto para, más bien, hablar de un hecho inminente: la música clásica occidental ha estado canónicamente constituida por hombres blancos. Y ahora sería un buen momento para traer a la luz a quienes han sido silenciados por salirse del canon genético.  

El mismo Coleridge-Taylor fue un genio de la música de principios del siglo XX, el estreno de su trilogía coral Song of Hiawatha es considerado como uno de los acontecimientos más destacados de la música moderna, además esta obra se convirtió en un pilar de la música coral inglesa durante la época.   

Scenes from the Song of Hiawatha No. 1, Hiawatha’s Wedding-Feast, una cantata para tenor, coro y orquesta de Samuel Coleridge-Taylor  

A fuerza de tenacidad y resistencia, algunos han logrado ser parte de la reluciente esfera de la música clásica, pero aun así, no consiguieron el reconocimiento merecido a su grandeza. A pesar de que George Bridgetower, músico euroafricano, fue uno de los mejores violinistas de su generación y de que el príncipe Jorge IV de Reino Unido apoyó su educación musical,  lo que le permitió tomar clases con prestigiosos maestros como el director de la Royal Opera y dar conciertos en los teatros más grandes de Londres, se habla de él por haber sido el primer intérprete con el violín de la famosa Sonata Kreutzer de Beethoven y por haber tenido una relación cercana con el compositor, quien incluso le dedicó esta obra, pero su inigualable virtuosismo siempre va en tercer plano, si acaso lo mencionan. 

Escena de George Bridgetower tocando la Sonata Kreutzer de Beethoven en la película Amada Inmortal  

Es curioso cómo apuntamos los reflectores hacia estos personajes a partir de la preeminencia blanca, es decir, si les ponemos atención es porque antes vimos al blanco que está al lado de ellos. Podríamos decir que hay una especie de whitewashing (refiere a la tendencia de usar en cine a actores blancos para interpretar los roles de minorías étnicas) porque vemos el talento del otro, de la minoría, solo al validarlo con una figura de tez clara: hay un blanqueamiento identitario. Por ejemplo, Samuel Coleridge-Taylor fue mayormente conocido como “el Mahler negro”, en honor de su coetáneo austriaco Gustav Mahler. Así, las identidades de estos músicos se tornan borrosas pues solo existen o se exponen a partir de sus contemporáneos blancos. Las limitaciones sociales por el color de piel han impedido a muchos músicos posicionarse dentro del gremio de la música clásica, otros han pasado inadvertidos y algunos más ni siquiera pudieron llegar a concretarse; un ejemplo estruendoso de esto es Nina Simone, quien comenzó a tocar el piano desde los dos años y pudo estudiar el instrumento en la Escuela de Música Juilliard  en Nueva York, uno de los conservatorios de arte más prestigiosas del mundo. Aun así, entre los apuros económicos y los diversos rechazos por su color de piel tuvo que olvidarse de la música clásica y meterse de lleno como cantante de jazz y blues. La sociedad parecía decirle: la clásica es para blancos, el jazz para negros. Simone confesó que nunca olvidó esos golpes de racismo que le impidieron cumplir su sueño. Al final, el mundo ganó a una de las cantautoras más extraordinarias, capaz de conmover el corazón más frío y un ejemplo de lo que significaba comunicar con el público en tiempos donde no había redes sociales.  

Nina Simone cantando Stars en un concierto en Montreux en 1976, una de sus mejores presentaciones más apreciadas entre sus fans. 

Más difícil aún para una mujer negra poder aspirar a ser una compositora. Una de las pocas que logró destacar fue la británica Amanda Aldridge quien, bajo el seudónimo de Montague Ring, compuso canciones de amor, suites, sambas y piezas orquestales ligeras, además de haber sido cantante de ópera y profesora.  

La cantante Patricia Hammonds cuenta de forma divertida la historia de Amanda Aldridge e interpreta algunas de sus canciones 

Florence Price fue la primera mujer afroamericana en ser reconocida como compositora de música sinfónica y lograr un destacado estatus a nivel nacional. Nació en Little Rock, Arkansas en 1887 y a los cuatro años dio su primer recital de piano. Más tarde obtuvo su licenciatura en música gracias a que siguió el consejo de su madre de registrarse como descendiente de mexicanos. Su carrera como compositora siempre fue de la mano de su lucha contra la segregación racial. El estreno de su Sinfonía No. 1 en mi menor, escrita en 1932, significó ser elogiada por respetadas figuras de la música sinfónica de ese tiempo. Falleció en 1953, cuando había escrito más de trescientas composiciones incluyendo veinte obras orquestales.  

 

Sinfonía No. 1 en mi menor de Florence Price  

Estos casos son solo algunos de los muchos que fueron o que pudieron haber sido. Después de 250 años de su nacimiento, Beethoven sigue nutriendo las reflexiones humanas, porque si bien querer resolver el dilema de su negritud es una ociosidad sí enfatiza el valor del trabajo musical de las minorías y la importancia de documentar la historia racial. No solo se trata de deslindar a las figuras silenciadas de sus contrapartes canónicas, sino de poner nuestra atención en ellos desde la individualidad, la identidad propia y la creación.  

Pero, ¿cómo dejamos de invisibilizar a las minorías para darles su lugar en la historia? Quizá un primer paso sea nombrar al otro y dejar que el otro se nombre a sí mismo. En este sentido, la escritora sudafricana Nadine Gordimer se preocupó por mostrar en su literatura los actos de violencia ejercidos en un sistema político injusto, pero siempre poniendo al individuo en el centro. Así, cuando leemos sus historias sobre el apartheid nos adentramos en la intimidad de los personajes que construye sin juicios de valor, los describe con honestidad, por tanto, es inevitable reconocernos en ellos. Beethoven tenía algo de negro fue el último libro que publicó, esta antología de 14 cuentos nos muestra historias en las que los protagonistas viven inmersos en los problemas y contradicciones del mundo actual. El sentido del humor, la trascendencia y la profundidad humana logran entrelazar lo personal con lo político. En el cuento que da título al libro, el protagonista Frederick Morris, un profesor universitario blanco, escucha que en el radio dicen que Beethoven tenía un porcentaje de ascendencia negra, este hecho despierta en él la curiosidad sobre su propia identidad ya que su bisabuelo vivió en Sudáfrica durante un tiempo antes de casarse. Frederick emprende un viaje en busca de los rastros de una posible descendencia familiar africana.  

Entrevista a Nadine Gordimer, en donde habla sobre diversos temas, entre estos, el Premio Nobel de Literatura, el apartheid y Nelson Mandela. 

Beethoven tenía algo de negro fue el punto de partida del melólogo de la Paris Mozart Orchestra encargado a Vacchi para celebrar los 250 años del nacimiento de Beethoven, pero sobre todo fue la manera en la que la premio nobel de literatura puso las letras al servicio de la humanidad y exploró en sus palabras el misterio de la existencia. El resurgimiento de las sensibilidades raciales en un país que supuestamente ha llegado a un acuerdo con su pasado es lo que Gordimer enuncia. De la misma forma podríamos preguntarnos, en un mundo que está ampliando los horizontes con movimientos como el Black Lives Matter, ¿qué estamos haciendo para descentralizar los discursos? Proporcionar formas nuevas y más inclusivas de examinar los significados y las experiencias artísticas es un trabajo cada vez más necesario para abrir los panoramas de la música, la literatura, el cine y el arte en general.