Héctor Infanzón, un cronista musical de la Ciudad de México Agregar a Mi Cervantino

 

Como un alma libre que no se puede encasillar, la obra musical de Héctor Infanzón transita por el jazz, la música afrocaribeña, la clásica y otros géneros que a veces fusiona y a veces recrea. Esta capacidad para crear desde diferentes esferas quizá tenga su razón en una infancia llena de música de todos colores y sabores. Después de cuarenta y cinco años de carrera, Infanzón se presume como un orgulloso citadino que disfruta enormemente de cualquier tarea musical ya sea como productor, compositor, ejecutante o incluso promotor. Presenta su trabajo a piano solo; recorre el mundo con su cuarteto de jazz; la orquesta que lleva su nombre está abierta a géneros que ponen a bailar al público al tiempo que es un punto de encuentro para músicos de gran calidad y, por si no fuera suficiente, recibe nominaciones al premio Latin Grammy por la grabación de tres de sus conciertos de música sinfónica con la Orquesta de la Radio de Sofía, en Bulgaria. 

Esta entrevista tiene lugar en los días previos a la presentación del Héctor Infanzón Cuarteto en el Festival Internacional Cervantino, agrupación de gran tradición en el ámbito del jazz, con cuarenta años de exitosa trayectoria y dueña de un repertorio original de Infanzón, el cual ha sido grabado en los discos De manera personal, Nos toca, Impulsos y Citadino. Este último disco titula el concierto que ofrecerá en el Trasnoche el domingo 16 de octubre, y que no puede ser más que acertado, pues este año la Ciudad de México es invitada de honor.  

¿Recuerdas tus primeros acercamientos a la música? ¿Cómo fue?  

Crecí en un entorno muy afortunado gracias a que mi papá era un músico amante del arte y mi mamá también. Éramos siete hermanos viviendo en un ambiente muy artístico. Mi papá nos inundó de una buena cantidad de música y de muchas influencias. Jugábamos al teatro, jugábamos al baile y bueno había muchos instrumentos en casa. Entonces naturalmente la música para mí fue un juego, lo que ha sido toda la vida para mí, un juego. Ya en mi formación académica, con la libertad de decidir profesionalmente a lo que me iba a dedicar, pues la música siguió siendo un disfrute, un deleite. Aprendí a someterme a una disciplina sin dejar de sentir este juego, está emoción de explorar cosas nuevas, nuevos géneros.  

¿Qué tipo de música era la que se escuchaba en casa?  

Mi papá escuchaba música afrocaribeña, escuchaba jazz. Mi mamá escuchaba música clásica, las grandes bandas y la música de cine. Mis hermanos escuchaban rock y mis hermanas pop. Estuve impregnado de una cantidad de géneros que me siguen gustando hasta la fecha y que he tenido la oportunidad de explorarlos, todos, en mi carrera rofesional. He tocado con bandas pop, he acompañado a muchos artistas, he estado en grupos de jazz, en grupos de música caribeña, en grupos de rock. Así que lo mismo que escuché es lo mismo que hice de adulto. 

Y el juego como una parte importante del aprendizaje musical y de la vida... 

El juego para mí, ahora que lo analizo, era el inicio propiamente de la improvisación. Era maravilloso saber que jugar implicaba improvisar y esto es lo que hago naturalmente. El jugar a la música me pone a revisar constantemente. Así fue que llegué de manera natural a los otros géneros donde se improvisa, que en realidad se improvisan todos los géneros no nada más en el jazz. Cuando uno lo entiende, hasta en los momentos cotidianos estamos improvisando. Entonces, la improvisación para mí es un elemento sumamente importante para crear, componer y observar la ciudad. Mi entorno, lo que vivo e imagino lo transformo en música.  

¿Cuándo se convirtió en algo serio ese juego? 

Pues de serlo, lo ha sido toda mi vida. El juego no significa no seriedad, significa disfrute, significa imaginar. Siempre ha sido serio en cuanto a disciplina, en cuanto a entender, comprender y aprender, pero al mismo tiempo ha sido goce y disfrute, con el juego que implica crear. De adultos el juego se convierte en creación y esta es la pequeña diferencia, pero la naturaleza de jugar y crear es intrínseca. 

La primera vez que salió del país por razones académicas fue para estudiar en Berkeley. ¿Cómo se expandió su horizonte musical viviendo en otra ciudad tan distinta a la Ciudad de México? 

Fue muy interesante. Ya en el 85 estaba yo vislumbrando querer dedicarme al jazz. Había explorado otros géneros como la música afrocaribeña y otros. La inquietud de improvisar, como lo hemos mencionado, me llevó necesariamente al jazz, el género que en el siglo veinte alberga a los improvisadores. Eso me permitió ir a Boston, dónde estaba esta cuna con un amplio conocimiento del jazz. Fui a dar ahí al en el 85, estuve un poquito más de medio año. Fue una experiencia muy determinante porque era la primera vez que salía del país; viví un enfrentamiento y un choque idiomático, cultural y no se diga musical, tremendos. Fue definitivo para definir a lo que me iba a dedicar profesionalmente. Aprendí mucho de la calle, más que en la escuela debo confesarlo. La escuela fue muy padre, pero la vida real... ver, escuchar a la gente, ir a los clubes, ver músicos en vivo, sentir una de las escenas musicales más vibrantes de esos años fue fundamental para mi.  

Claro, una vez más la ciudad, ¿no? 

Las ciudades están llenas de grandes historias. Los movimientos artísticos se dan en la calle y se dan en los centros nocturnos. Surgen propuestas artísticas de todos los que están trabajando y creando. La calle, es la ciudad, especialmente en ciudades como Boston, activas y muy juveniles.  

Después de tantos años viajando por la música ¿Qué encuentras de especial en la Ciudad de México, que la hace diferente o especial? 

Yo viví en Nueva York después de Boston con el deseo de aprender y de probarme, irme a abrir camino y me fue muy bien afortunadamente, pero también hay cosas que en la vida real y cotidiana saltan, además está también el tema de la identidad. Por más que estuviera en Nueva York, por más que hablaba el idioma, por más que entendiera cómo funcionaba esa ciudad, uno no deja de sentirse foráneo, la no pertenencia. Eso me hizo reflexionar muchísimo “qué quiero hacer yo como compositor, como pianista”. La gran duda existencial que siempre sucede cuando uno está en el extranjero. Podía quedarme allá toda la vida acompañando en los escenarios a artistas famosos, pero me di cuenta de que no pertenecía a esa cultura. Me encanta sí, pero yo soy de México, pensé. Mis historias, mis sueños, todo surgió en mi ciudad. Yo nací en el centro, en Regina, fui bautizado en Catedral, viví en San Juan de Letrán, en el edificio que se caería con el temblor, mi escuela de música estaba en las Vizcaínas y cuando veía el Empire State, ¡padrísimo!, pero me gustaba más mi Torre Latino. Entonces, confirmo que uno se hace y se forma con las historias que uno vive. Pensar en mi ciudad, el primer cuadro cuando lo caminaba de niño, los grandes palacios que hay, volver a mi ciudad era sentirme justamente en casa, sentir que a partir de ahí podría yo crear mi propia música, contar mi música a partir de mis vivencias, a partir de mí concepción de la ciudad y ponerla en el mundo, para el mundo. 

¿Cuál fue la primera idea que detonó el propósito de hacer Citadino 

El concepto ya venía desde hace mucho tiempo. Las cosas se van fraguando poco a poco. Mi regreso de Nueva York implicó tener una conciencia y una agudeza mayor sobre mi entorno, de dónde soy qué quiero hacer cuál es mi estética y comencé desde ahí.  Cuando empiezo a componer pienso en historias que me gustaría contar. De tal forma que en el primer disco con cuarteto que hice que se llama Nos toca ya hay temas con tintes citadinos. Hay temas que se llaman Postal, El vago, otro que se llama El atraco. Así empiezo a contar historias que tienen que ver con la ciudad. Cuando viene el disco de Citadino hago un ejercicio completamente estético de las sonoridades de la ciudad. Entonces, ya con la experiencia del disco previo, ahora salgo a la calle con mi grabadora a recopilar los sonidos que estaban en la ciudad, afuera, los comerciantes y ambulantes a un lado de Catedral en la calle de Moneda; camino por ahí hasta atrás de Palacio Nacional, escucho todos estos cantos, cierro los ojos, los grabo y luego regreso a casa para traducirlos en melodías, traducirlos en armonías. Y esto es porque quiero contar la ciudad, quiero contar la ciudad desde mi perspectiva desde que era niño, desde la influencia de los años 40, 50, lo que ha permeado hasta entonces y cómo se ha transformado mi ciudad. Entonces fue un disco totalmente y expresamente para contar desde manera estética como percibo la ciudad y traducir sus sonoridades.  

Entonces hice toda una historia en la que cada sonido de la ciudad lo hice como una escena, una escena que lo antecedía. Un tema que tiene que ver por ejemplo con el Zócalo, otra escena que quiero decirte con sonidos de la ciudad acompañados con música que le anteceden a otro tema que se llama No porque me acuerdo, que es un danzón dedicado a los lugares emblemáticos en la ciudad. Y así hice una cantidad de escenas que preceden a los temas principales y es como cuento una historia. Desde que yo salgo en la mañana a trabajar o todos salimos a trabajar y que regresamos en la noche. Es un andar por un día con todo lo que se puede vivir en la Ciudad de México. Entonces así es el disco de Citadino del cual me siento muy orgulloso de ese disco y todo lo que sigo componiendo tiene ese tinte cuando hago obra sinfónica también me remito a lugares e historias que conforman mi andar por la ciudad y mi apreciación personal hacia ella. 

Y entre toda esta variedad, toda esta diversidad sonora pero también de géneros, de conocimientos y de instrumentos ¿Cómo mantener el rumbo? ¿Cómo saber hacia dónde vas?  

Hubo un momento que justamente me hice esa pregunta hace muchos años en la que consideré que el eclecticismo era algo peyorativo. Cuando me di cuenta de que la hibridez, que a veces se le usa como un término negativo, como sinónimo de sin identidad, siempre me ha acompañado junto con el término ecléctico, llegué al punto de reflexión en el que mi música es eso, la manera en que toco, la manera en que la concibo es ecléctica e híbrida.  No necesito dedicarme exclusivamente al pop o al rock o a la salsa o al jazz o al clásico, soy todo eso. No voy a negar ninguna parte que me conforma. Entonces cuando entiendo eso me siento en paz, tranquilo y lo hago porque me gusta, porque lo sé hacer y lo disfruto. 

Héctor Infanzón Cuarteto estará el domingo 14 en el Trasnoche para contarnos las historias de la ciudad que lo vio nacer y que es hoy una de las urbes más grandes del mundo donde muchas anécdotas increíbles suceden.