El Teatro Juárez y yo éramos una familia Agregar a Mi Cervantino

 

Isidro Guerrero Aguilera es, con cariño para la gente que lo conoce,  Chilo, una forma abreviada de su nombre de pila que se relaciona con gran facilidad al Teatro Juárez. Cosa natural para quien ha estado ligado al recinto porfirista durante 48 años. El medio siglo quedó inconcluso por su jubilación, concretada en septiembre de 2021. Durante la mayor parte de su vida este espacio, que ha recibido a grandes figuras de las artes escénicas, ha sido como su familia. Hoy se reencontró con el Teatro después de un año de distancia, se tomó un tiempo para asimilar la separación definitiva, además de que el teatro entró en mantenimiento desde los primeros meses de este año, y aunque le ganaba la nostalgia no podía visitarlo porque estaba cerrado. Chilo recibió esta tarde la Presea Cervantina como un digno representante del equipo de trabajadores del FIC que hacen posible que este recinto cobre vida dudrante el Festival.

 

Chilo conoce cada centímetro del teatro, “un edificio con tantos recovecos es fácil agárrale cariño”, dice mientras piensa en lo mucho que significa: “saber cómo le duele, ver como lo sanan, estar ahí cuando está feliz, porque siempre está feliz, pero a veces más, cuando la gente aplaude. No lo había pensado, pero el Teatro Juárez y yo éramos una familia”.  

No estudió teatro y tampoco es un consumidor de literatura dramática, Chilo es un amante de hacer mover los engranes para que el hecho artístico suceda. Desde muy joven se le grabaron dos enseñanzas de Enrique Ruelas, su mentor, con quien comenzó a trabajar como su asistente de audio en 1972, la primera: haz las cosas bien siempre; la segunda: trabaja en equipo. Ciertamente, no es el hilo negro, pero para el jovencito que estudiaba ingeniería y había entrado al mundo de las artes escénicas como comparsa en el Teatro Universitario, esas frases eran dos reglas de oro. 

 “Ruelas era una persona que hacía bromas, y claro que también tenía momentos de enojo, se molestaba porque sucedían errores que resultaban de una mala coordinación o porque no poníamos atención y algo tropezaba, pero esas veces eran las menos, las más comunes eran las circunstancias de trabajo colectivo, de risa, de compañerismo, él nos explicaba de todo. 

“Me acuerdo muy bien que cuando narraba el inicio y también el término de los Entremeses le daba tanta pasión que nos contagiaba porque sus frases eran muy precisas, y el texto lo decía con toda emoción. Había en ese grupo un compañerismo increíble. ¡Cuándo íbamos a imaginar que esto iba a convertirse en el Cervantino y a durar cincuenta años!”. 

Chilo nació en la ciudad de Guanajuato en 1952, en una casa del callejón del Temezcuitate, uno de los más conocidos, estudió en la Universidad de Guanajuato para ser ingeniero topógrafo hidráulico, pero nunca ejerció pues el teatro lo atrapó, se casó con Rosa María Aguilar con quien tuvo un hijo al que quiso acercar al teatro, pero finalmente eligió el camino de las relaciones comerciales. Recientemente enviudado ha sorteado las pérdidas recurriendo a la compañía de su hijo y a la distracción momentánea que brindan los partidos de futbol y beis. Muchas personas ven en Chilo a un trabajador diligente, muy comprometido con su quehacer y discreto, que, aunque nunca buscó protagonismo es muy conocido en la ciudad de Guanajuato, y muy respetado entre los periodistas, muchos de ellos saben que él es la persona clave para que su cobertura dentro del teatro sea excepcional. Para los trabajadores del FIC, la trayectoria de Chilo es admirable, nadie mejor que él para estar al frente de la coordinación del Teatro, responsabilidad que tomó desde 1991, después de haber pasado por audio, iluminación y tramoya, áreas técnicas en las que inició en 1974, cuando lo invitaron a trabajar en este recinto, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado. 

El Juárez tiene un tesoro muy peculiar, e libro de firmas donde grandes artistas han dejado con tinta testimonio de su presencia en el escenario. “En los ochenta, hurgando en las bodegas encontré ese libro y lo saqué; vi que reunía firmas de los artistas más importantes en las artes escénicas que habían pisado el escenario del Juárez y pensé que era algo que debía continuar, ahora hay dos libros enormes y siguen...”.  

Como coordinador del Teatro, él recibía la programación enviada por la Dirección General y ahí comenzaba su trabajo. “Revisamos las necesidades técnicas del espectáculo, entramos en contacto con escenógrafos, iluminadores y más para ver qué capacidades tenemos para cubrir los requerimientos de los artistas y coordinarnos con el equipo o staff del artista. Cuando llegan los artistas los recibimos, les mostramos el teatro y nos ponemos al a la orden. Cuando llega el estreno el trabajo ya está hecho, solo resta estar como mínimo una hora antes del acceso al público y claro, el momento más maravilloso que justifica el esfuerzo, recibir al público”.    

Podemos entender la dedicación de Chilo escuchando su explicación sobre el teatro como un recinto de culto: 

“Los artistas, el público y los técnicos dejan una vibra; cada vez que hay funciones esas vibras se quedan ahí como en un templo al que se va a rezar. Este recinto merece respeto como un templo religioso porque lo que ahí sucede es casi sagrado, en el mejor sentido, desde luego. Tu pisas el Teatro Juárez y estás pisando un templo de creación y así debes comportarte, con la idea de que el escenario es un altar”. 

En 2021 el Instituto Estatal de la Cultura y la Universidad de Guanajuato le entregaron la medalla Eugenio Trueba Olivares en reconocimiento a su trabajo. En la edición 50, el Festival Internacional Cervantino le otorgó la Presea Cervantina para reafirmar lo valioso que ha sido su esfuerzo, dedicación y entrega a las artes escénicas, reconocimiento que extiende a todo el equipo del FIC.