Los ojos del mundo voltearon a ver a Dimitris Papaioannou cuando dirigió la inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004, un hecho simbólico para la Grecia queer que empezaba a tomar forma desde las trincheras más recónditas. Papaioannou y su compañía Omada Edafous eran bien conocidos por su homoerotismo escénico y su constante lucha por la igualdad y la libertad de expresión de las personas homosexuales. Así que, para él, que en su juventud había dejado la casa familiar porque sus padres no apoyaban su arte y mucho menos su homosexualidad, este era un paso de gigante. El joven que migró con 18 años a Atenas para estudiar en la escuela de Bellas Artes pagaba sus gastos pintando y haciendo retratos; en ese tiempo era un punk gay instalado en una okupa (casa tomada), donde daba forma a un teatro casi clandestino. Ahí se lanzó de lleno a la danza, al escenario y al a experimentación con los cuerpos humanos. El éxito tardaría casi tres décadas en llegar.
Manifestar abiertamente y con orgullo su homosexualidad desde los años ochenta, cuando todavía muchas personas se autocesuraban obligadas a mantener en secreto su identidad, y demostrar al mundo que se puede ser lo que se desee y no solo jugar el clásico papel de animador afeminado, le ha ganado ser reconocido como héroe cultural para la comunidad queer que quiere vivir libre, sin mentiras, sin máscaras y sin hacer el papel de payaso que le impone la sociedad.
Sin embargo, aunque los Juegos Olímpicos de 2004 le dieron una enorme exposición mediática, el éxito llegó casi diez años después tristemente propulsado por la crisis griega en 2014. “Cuando un país está siendo destruido se vuelve sexy en el mundo del arte. Los curadores se interesaron en Atenas hasta que llegó la crisis financiera a Grecia”. Así fue invitado a París donde su trabajo titulado Still Life tuvo un rotundo éxito que desencadenó una gira extensa por Europa, América del Sur, Asia y Australia. A partir de aquí es reconocido como el gran artista escénico de Europa capaz de conectar con los diversos públicos por el nivel de belleza que pone en el escenario. “Todos tenemos algo que decir, tenemos algo adentro que nos quema y estamos ansiosos por decirlo. Desde mi sexualidad desarrollé un punto de vista alternativo frente a la sociedad y a la vida. La manera en la que veo los cuerpos es pre cristiana, antes de la culpa. Suelo entender a la raza humana como esforzándose contra la gravedad, contra lo material, pero nunca hay una culpa en mi trabajo”.
En su montaje más reciente, Orientación transversal, lleva la belleza humana a niveles impronunciables; es una metáfora de la obsesión que tenemos los humanos de encontrar el significado de la vida y decidir el camino a seguir. Los artistas ejecutan cada acción con alta precisión, cada sonido cae en el momento justo, la iluminación que privilegia el contraste se convierte en otro personaje de esta narración que cautiva la mente y los ojos de los asistentes; los objetos son tan cotidianos como simples, cubos de unicel, una lámpara, una puerta, la blanca pared, una cama plegable, el agua y un toro que, sin duda, darle vida significó un reto para el creador. Una consecución de imágenes en movimiento que viven entre la idea de un óleo y un filme. “Acción es todo lo que el teatro es”, dice Papaioannou. Su ser griego, es decir, su cosmovisión, experiencia, tradición y herencia helena se cuela elegante y natural, no solo es el toro y las referencias simbólicas a la mitología, no solo son los cuerpos desnudos, blancos y fuertes como el mármol de las estatuas griegas, no solo es la sensualidad y espiritualidad conviviendo en absoluta armonía en cada escena, …. es también la necesidad de explorar la esencia humana en toda su complejidad.
Aunque se formó como pintor de óleos, para después ser un destacado ilustrador de comics y más tarde coreógrafo, bailarín, director, iluminador y productor, Papaioannou considera que su trabajo está más “cercano a las películas mudas que al baile”. No obstante, en el flujo constante de acciones que dan forma a Orientación transversal, se aprecia su formación como artista plástico. Mu joven fue discípulo del famoso pintor Yannis Tsarouchis, quien le enseñó una técnica de mucha precisión, la bizantina, en la que se pinta con cuatro colores: rojo inglés, amarillo ocre, blanco y negro. “En el proceso de creación experimento con los artistas tratando de encontrar qué hace que una interacción entre cuerpos sea interesante, para mi es la gravedad, y la forma en que busco componer esos detalles es poniéndolos dentro de una composición visual, esa es mi única forma de darle sentido a la acción en el escenario”.
Orgulloso de su herencia griega y con una mirada crítica frente a la participación de los artistas en magnos eventos como en el que participó él en Atenas 2004, sostiene que eso no es arte, sino propaganda, el espacio para crear sea un teatro o un estadio se puede afrontar con mayor facilidad, pero lo verdaderamente difícil es el espacio dentro de uno mismo. “El arte no tiene género, es personal, cuando lo ves puedes lanzar piedras, irte, vetarlo o disfrutarlo”.