Esta noche Lila Downs ofrecerá “un tributo a las personas que hacen tanto por nosotros y que nos dan identidad”. La cantautora que pisó por primera vez un escenario cervantino en 1998 con guitarra en mano, convertida ahora en una de las figuras más destacadas en la escena musical internacional entendió su papel en la vida cuando un un señor llegó a buscarla a la refaccionaria de su mamá en Tlajiaco para pedirle que le leyera un papel, pues ahí todos sabían que Lila era bilingüe, era una acta de defunción. El hijo del señor había fallecido en Estados Unidos por ahogamiento, Lila leía lo que estaba escrito en inglés y no tuvo opción más que dar la terrible noticia al señor.
“eso marcó mi vida y mi deseo de contar los acontecimientos de ahora, del presente, así compuse ese corridito que se llama Ofrenda y que lo tocaban en la radio local de mi pueblo”.
Esa canción la interpretó Lila Downs en su primer concierto en el Cervantino, dedicada a San Juan Ixtepec, un pueblo donde más del 90 por ciento de los habitantes migran a Estado Unidos a trabajar.
Su canto, su interpretación en el escenario habla de “lo que hemos vivido en la historia, desde la perspectiva de una mujer y desde una persona que es marginal, aunque no me he sentido así, he cantado sobre la frontera, sobre las personas como yo, que somos de pasados mixtos: mi madre indígena mixteca mi padre norteamericano, yanqui, cineasta artista; y mi madre comerciante, una persona que no tuvo acceso a la educación, pero que me inculcó buscar la educación, me heredó el arte y gracias a ella he admirado el trabajo de las mujeres, de los mercados, de la gastronomía, de los textiles y de la grandeza que es México”.
Ella creció en Oaxaca, el estado mexicano con más población indígena, donde la colectividad es una forma de hacer frente al abandono de los gobiernos. La comunidad se fortalece alinterior y se encuentran formas para seguir adelante, pese a la pobreza. Hablar de su comunidad la lleva a pensar en la otra pobreza que no es tan visible, la pobreza de espíritu, dice ella, “yo buscaba algo en la juventud, alimentar a mi pueblo de su pobreza espiritual porque sentía que había, más que una pobreza material, una pobreza espiritual en la que nos damos de golpes porque nos somos esto o güeros, o ricos o muchas cosas”.
Hoy, nominada al Grammy con su canción La última gota de café y en medio de su gira “Volver”, que la ha llevado a Eslovenia, España y Austria para retomar la vida después de pandemia y con gran aprendizaje derivado del encierro, Lila piensa en lo que le ha dado el tiempo y la vida adulta. “Pasas en la adolescencia una etapa en la que te cansa todo lo que no es verdadero y dices ya basta quiero hacer algo q sea honesto, más bien de corazón, buscas componer canciones que tengan que ver con la vida tuya. El artista está siempre expresando desde la vivencia… es una perspectiva propia, es individualista”.
Muestra su rebozo de Ahuirán, Michoacán, con arte plumario, pero con toques modernos, así como su falda hecha con una tela teñida con cochinilla y caracol púrpura mientras deja claros sus interes actuales: la pandemia ha reforzado su idea de familia, de convicencia, de la conciencia sobre la comunidad, el medio ambiente, la biodiversidad y entorno endémico que nos abraza; sobre estos temas piensa, aprende y escribe.