El Cervantino como apuesta colectiva: en favor de lo excéntrico, el riesgo y la transformación
• Conversación con Martín Bauer y Lucía Anaya
En el corazón del Festival Internacional Cervantino resuena una idea central: el riesgo como motor creativo. En este diálogo con Martín Bauer y Lucía Anaya, esta noción supone atreverse a apostar en favor de darle vida a una programación vibrante y dinámica.
Martín Bauer: Para mí, “riesgo” es apostar sin garantía de saber qué va a pasar. Esa decisión no se toma de forma desinformada, va acompañada de responsabilidad, intención y trayectoria.
Lucía Anaya: Creo que el riesgo atraviesa aspectos políticos, sociales y económicos. Vivimos tiempos de inestabilidad y cambio, donde la vulnerabilidad se manifiesta también en las artes. Hoy el “riesgo” es reflejo de nuestro presente, del sentir social de todas las escenas emergentes o consolidadas que hoy comparten una realidad.
Esta edición del Cervantino busca romper prejuicios; su apuesta se encuentra en la posibilidad de apoyar nuevas propuestas y en una creatividad que piensa fuera de la caja, con espectáculos que reinterpretan, proponen y visualizan ideas, combinan artistas, colaboraciones y disciplinas. Es una programación que cruza generaciones, estilos, geografías y niveles de experiencia.
MB: Lo intergeneracional es deseable y necesario, suele ser un ir contrapelo del prejuicio, para combatir ideas preconcebidas sobre lo que “debe” gustarle a determinado público y cómo “debería de” reaccionar. Es también una contrarrespuesta al momento de incertidumbre que estamos viviendo. La certeza de que estamos en un eterno cambio ofrece, paradójicamente, una certidumbre que se vuelve un posicionamiento donde programar desde el riesgo responde a los desafíos contemporáneos.
LA: En mi trayectoria he buscado visibilizar voces diversas. Resistir creando es abrir espacios y darlos a quienes no los tenían. Esa intención se entrelaza con un diálogo intergeneracional que permite ver cómo, con el tiempo, lo sembrado florece desde otras voces, lenguajes y formas de hacer. Cuando uno dialoga con quien apenas comienza, surge algo fundamental: la colaboración. Una colaboración que cruza generaciones, comunidades y fronteras. Ese es el caso de Africa Express, evento de clausura del FIC y una experiencia transnacional y colectiva que encarna esa ética horizontal: músicos emergentes y consolidados de distintas latitudes que conviven sin jerarquías. Enfrentar la incertidumbre es asumir el riesgo de no saber qué pasará con la audiencia, pero atreverse a hacerlo en conjunto y de forma flexible.
MB: Me he dedicado por mucho tiempo a poner de relieve la diversidad estética, presentar cosas nuevas y formar un nuevo público. Descubrí la importancia de trabajar dentro de “marcos fuertes” —instituciones como el Teatro Colón, por ejemplo— para que estas propuestas experimentales adquieran otra dimensión al momento de presentarse. Lo emergente necesita una estructura para resonar. En ese sentido, el Cervantino es un marco privilegiado y de una potencia muy fuerte, su trayectoria institucional permite juntar lo nuevo, lo radical o lo excéntrico con la tradición consagrada, de forma que estas apuestas cobran mayor relevancia que si lo hiciéramos en otro contexto.
Esta apertura permite reconfigurar la experiencia del público. Ya no basta con el modelo del espectador pasivo que sigue un programa de mano, ahora se buscan otro tipo de experiencias y escenificaciones.
LA: La experiencia nunca se ha enfocado en el resultado final, sino en el tránsito por el proceso creativo que se vuelve la guía flexible de cómo llegamos al resultado. Hay presentaciones que provocan entusiasmo y otras que incomodan, ambas respuestas valiosas porque muestran que se están moviendo fibras, pero ese resultado sólo lo conoces hasta el final de la apuesta. El arte tiene la posibilidad de sacudir al espectador. Está bien que la gente sienta otras emociones más allá de las esperadas o las positivas.
MB: La posibilidad de presentar en el Cervantino obras de alto nivel, con intérpretes profesionales junto a estudiantes, enriquece la práctica y la experiencia desde la diversidad de trayectorias y disciplinas. Del mismo modo, esta vía para la creación de nuevas experiencias pone de manifiesto las dificultades a las que se enfrentan las instituciones al momento de repensar los formatos. Naturalmente hay disciplinas y espacios donde esto es más sencillo; yo creo que ese es el corazón de lo que hay que trabajar. Un espectáculo es un producto elaborado.
Guanajuato se vuelve protagonista. Como sede determina una serie de características que definen el formato en el que se programan y adecúan los espectáculos.
MB: La ventaja del Cervantino es que demanda una concentración específica, pues el espectador que está envuelto durante un tiempo determinado en la vorágine de posibilidades y oferta artística, tiene una disponibilidad diferente. Lo interesante es que la programación logra un conjunto diverso que a la vez está unificado. No tener un director de cabeza le da más potencia a esto, siendo el espectador quien termina de cohesionar, desde su percepción, la oferta artística.
LA: El Cervantino se puede convertir en un festival de identidad mundial. Con una alta población joven y con narrativas internacionales, aparece la oportunidad de hacer, de un escenario alternativo, uno accesible para todos. La lectura de ciertas partes de México, como Guanajuato, muchas veces está dominada por discursos de violencia o exclusión, sin embargo, la ciudad ofrece un terreno fértil para resignificar lo público desde la cultura. El acceso a eventos gratuitos, los espacios patrimoniales disponibles y la capacidad de convocar discursos urgentes, hacen del Cervantino un espacio socialmente transformador. La ciudad se convierte en escenario y en símbolo.
En este tenor, surge la tema de generar nuevas formas de organización y pensamiento. Esta estructura horizontal y su apuesta por la colectividad y la inclusión, son un ejercicio activo.
LA: Hoy no estamos tanto en busca de estabilidad, sino de la unión y la colectividad a partir del riesgo de apostar por dejar de satisfacer perspectivas o discursos históricamente hegemónicos. Pienso en el espectáculo de música electrónica de la DJ palestina, Sama’ Abdulhadi, como una probable provocación a reconocer la relación entre el quehacer artístico y la labor social de un acto de resistencia, abonando a uno de los ejes que guiaría la programación: la visibilización de lo que no se suele ver, cambiar esa perspectiva.
MB: Creo que la figura del artista individual que lo sabe todo quedó totalmente anacrónica. Me parece que una institución, un festival o una organización tiene que huir del anacronismo del mismo modo que tiene que huir de la endogamia. Hoy los grandes nombres tienen que descansar un poco y darle lugar a los que aportan desde las sombras.
El reconocimiento a todas las partes que integran el engranaje del festival es un principio básico, congruente con las nuevas maneras de comunicarse donde se celebra la creatividad de quien inventa; y que el reto ahora reside en discernir dónde enfocarnos.
MB: Mucho tiene que ver con las nuevas maneras de comunicarse, con la horizontalidad que proponen las redes sociales, las cuales son útiles y me gustan, pero sin perder de vista que lo que no existe es el talento artificial.
LA: Frente a esta idea, subrayaría el reconocimiento a aquellos artistas que, frente las comodidades que hoy nos arroja la virtualidad, siguen decidiendo intervenir en presencia, con humildad y, de nueva cuenta, horizontalidad en los proyectos en los que trabajas, donde nadie es más que nadie.
Al final de este diálogo, aparece la siguiente reflexión: la organización comunitaria, el tejido de redes, la toma de decisiones en colectivo, son prácticas que históricamente se han ejercido y que han estado más presentes en las mujeres y en las comunidades indígenas. Más allá de etiquetas o eslóganes, estos cambios ya se viven como parte de una transformación cultural tangible y con una potencia innegablemente femenina.
LA: Creo que aquí regresamos al concepto tan usado como ambiguo de lo emergente. Creo que es algo que no es hegemónico, que no pertenece a algo institucionalizado y que siempre está en riesgo. Un flotador en medio de la incertidumbre que permite ver las cosas diferentes, una forma de adaptación creativa al presente.
MB: Es una promesa, un territorio donde todavía no hay reglas claras sobre qué es bueno o malo, y por eso mismo, un campo fértil para la experimentación. La responsabilidad, entonces, no es sólo visibilizar lo emergente, sino acompañarlo, darle contexto, marco y sostén.
El Cervantino no es sólo un festival con 53 años de historia: es un espacio de construcción cultural donde se disputa lo público, lo artístico y lo posible. Un lugar donde el riesgo no es un accidente, sino una política. Donde la memoria y la tradición dialogan con lo nuevo, y donde el trabajo colectivo ya no es una alternativa, sino una necesidad.