La ópera hoy: vigencia, desafíos y nuevas rutas desde América Latina
• Conversación con Gerardo Kleinburg y Marcelo Lombardero
En la pluralidad cultural del Cervantino, la ópera se reinserta en la programación con una nueva voz. Su vigencia radica en su complejidad, en su exigencia de calidad y belleza con la que le habla al espectador. Gerardo Kleinburg y Marcelo Lombardero conversan sobre esta disciplina en tensión con el presente, pensando en la ópera como acto vivo de resistencia y espacio fértil para la emoción, el riesgo y la renovación.
Marcelo Lombardero: El Cervantino es el escenario ideal para reflexionar de qué manera se puede incluir la ópera. Las artes escénicas son instrumentos poderosos y contrasistémicos. Todos somos iguales frente al espectáculo que es creado para quien asiste y que nos ofrece y demanda lo mismo. Es una experiencia de duración determinada en la que se presenta una misma narrativa destinada a que el espectador reflexione sobre un mismo tema y lo enriquezca desde su subjetividad. Esta actividad exige la presencia, escucha activa y entrega total mediante la atención del espectador, lo que hace de esta experiencia, enmarcada en una cotidianidad digital, un hecho revolucionario.
En un mundo regido por la inmediatez y la distracción, sentarse a contemplar una ópera implica una ruptura con la lógica dominante.
ML: La ópera es un espectáculo que demanda al espectador una concentración adicional. Ofrece una narrativa a seguir, pero al ser un arte total, hay que percibir lo que está sucediendo a nivel auditivo, visual, de iluminación y escenografía. Sin embargo, no es un arte elitista, pues la atención que le demanda al público no requiere de una preparación. La presencia de la ópera en la programación es una oportunidad para re-educar a las audiencias y formar nuevos públicos. Se cree que hablarle a un nuevo público es tener las salas llenas, cuando en realidad, para hablarle a un público diverso, que muchas veces es una minoría, es necesario tener los teatros vacíos, como decía Gerard Mortier.
Gerardo Kleinburg: Me gustaría empezar reflexionando cómo le habla el mundo a la ópera. Uno de los problemas que alejaba a la ópera del público era que, a diferencia de otros momentos, el mundo no se entendía con la ópera. Durante un tiempo esta disciplina se ausentó de la programación del Cervantino, esto se justifica por diferentes razones, entre ellas la complejidad para montarla a nivel escénico y de financiamiento; la ópera parecía alejarse al ser considerada un arte difícil. Eso se rompe con la masificación del teatro musical y el cine. La gente ha vuelto a entender que las historias se pueden contar cantando. Hoy la música se revaloriza como recurso de comunicación y vuelve a jugar un papel narrativo importante en las redes sociales. El fenómeno de la ópera empieza a hablar en presente y ahora cuenta con un nuevo elemento: la tecnología. Acceder a estos espectáculos mediante plataformas de streaming, acerca a los curiosos y llega a públicos potenciales. Este beneficio tiene la contraparte de generar una idea incorrecta sobre cómo es la ópera: perfección, close-ups y audio balanceado. La tecnología es indispensable, pero vivir la experiencia en vivo es un fenómeno acústico, visual y cognitivo diferente.
La ópera hoy habla de manera más cercana con las personas. Renovar los públicos se vuelve importante, para ello es necesario ampliar las formas de dialogar y ofrecer repertorios que les interpelen.
ML: Hay que revisar las programaciones, “sacarse el corset” y dejar de presentar lo que “debemos de” en las formas establecidas. Hay que pensar también con qué títulos hoy habla la gente, y la posibilidad de resignificar esas óperas a partir de nuestra mirada. El riesgo está en cambiar el enfoque y apostar por una búsqueda que parta de entender el momento y en qué está pensando la sociedad, para decidir otros caminos.
GK: Me parece que, en términos de programación y creación artística, el riesgo se relaciona con una palabra con la cual parece que lucha: la tradición.
ML: El gran desafío es encontrar puntos en común entre la tradición y el riesgo. Al programar debe surgir la inercia de entender qué cosas tienen que entrar. Es una época que pide un cambio de repertorio. Hoy la ópera le habla más al mundo, sus medios ya no le son ajenos, pero también las temáticas son más actuales y adquieren un nuevo tono de coyuntura.
GK: Hablando de tradición, de riesgo y de cambiar la mirada, recuperaría la idea de decidir ir por otro camino. Contamos con una intención, sabemos a dónde queremos llegar, pero lo que cambia es el camino. Para mí aparece la palabra “diversión”. La solemos asociar con el entretenimiento, pero su etimología nos habla de “divergencia”: de ir por otro lado. El riesgo entonces es divertido, es decidir tomar ese otro camino; lo que pasa por la revisión del repertorio, novedades, caballos de batalla, nuevas miradas e inclusividad.
ML: La recuperación de la tradición puede ser novedosa e incluso un hecho político. El riesgo sería abandonar la noción estática de este concepto entendido como la repetición acrítica, y abogar por su revisión y replanteamiento, logrando que óperas clásicas se resignifiquen bajo una nueva mirada. Hacer que los clásicos se entiendan con la actualidad.
La programación deja de ser una rutina de éxitos seguros y se convierte en una búsqueda curatorial que requiere sensibilidad para leer el momento histórico y político, apostando por nuevas formas de trabajar, obras, formatos y vínculos institucionales.
GK: La ópera es un fenómeno en el que concurren muchos oficios, personas, instituciones y presupuestos. Producir un espectáculo supone una red de fuerzas laborales por parte de grupos que no siempre están al frente: orquesta, coro, tramoyistas, trabajadores administrativos. La puesta en escena es un arte de colaboración, que exige coordinación y planificación.
Las presentaciones de Elektra y Breaking the Waves son ejemplo del trabajo colaborativo.
ML: Breaking the Waves surge de la idea de establecer contacto entre el Estudio de Ópera de Bellas Artes (EOBA) y la UNAM. La EOBA podía brindar el elenco y la UNAM colaboraría con la orquesta. Empezamos por pensar repertorios de óperas compuestas por mujeres, con un fuerte impacto teatral y dramático. Aparecieron varios nombres con historias interesantes, siendo Missy Mazzoli la elección por las características de la misma obra y del elenco con el que contaba. En su propuesta se reconocía un espectáculo distinto, con un lenguaje narrativo y musical de gran potencia emocional y escénica, con una temática dura y actual, al tiempo de ofrecer una experiencia formativa para jóvenes intérpretes. Una institución como Bellas Artes no solamente está para divertir al público, sino para formar a sus artistas y cuerpos técnicos y así lograr la excelencia artística.
GK: El Instituto Nacional de Bellas Artes tiene una carga académica y toda una rama educativa como parte de su institución, la UNAM es una de las instituciones educativas más grandes e importantes de México, de forma que esta colaboración y su participación son es muy coherentes.
ML: En el caso de Elektra destaca la transformación del lenguaje operístico. Una presentación de Wagner o Strauss como en este caso, pone de manifiesto la necesidad de preparar y formar a la orquesta. La decisión sencilla habría sido traer un elenco alemán para su interpretación, pero es importante pensar la responsabilidad didáctica hacia adentro —no sólo considerando la audiencia—, y formar a nuestros artistas para que participen en producciones diversas. Poner a artistas no experimentados en ese repertorio a formarse para representarlo, también es un riesgo.
GK: Combate la idea poco exacta de que un músico, por cuestión genética o étnica, no puede acceder a un repertorio en específico.
ML: En realidad todo depende de la preparación. Si no hay una tradición hay que crearla. En México hay buenos cantantes de sobra, lo que es un problema es tener pocos lugares y pocas posibilidades para que esos talentos se desarrollen.
Un tema central es la necesidad de crear espacios de experimentación permanente dentro de las instituciones, centros de investigación y producción experimental donde la ópera dialogue con las artes visuales, las nuevas tecnologías, la danza urbana o la poesía contemporánea. Esta falta de un espacio institucionalizado para la exploración musical es una deuda pendiente en un país con tal potencia musical.
ML: México es un pueblo que canta: desde las bandas tradicionales de Oaxaca y la cultura del mariachi a las canciones populares que acompañan la cotidianidad entre tamales y fierro viejo. Esta es una cultura que vive con la música.
Esa vitalidad musical amerita una educación en forma, que dialogue con su esencia popular para renovar la creación y formación de artistas. La relación orgánica con la música es el mejor punto de partida para construir espacios vigentes. Festivales como el Cervantino ofrecen la posibilidad de arriesgarse y tender puentes con otras disciplinas y públicos. La clave está en entender el riesgo como motor que impulsa la renovación. Hoy la ópera es una herramienta para pensar y sentir el presente.