A R T Í C U L O
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Hablar del butō es introducirse en una manifestación artística que tiene una fuerte carga filosófica. Esta busca regresarle lo humano, vivo y animal al cuerpo, alejándolo de las tendencias de cosificación que se viven en la actualidad. Busca acercar a quienes la interpretan y al público en un estado de meditación que lleve a la liberación mental, espiritual y expresiva para adquirir más consciencia individual y colectiva.
En la danza butō, la oscuridad y el eterno sufrimiento cobran vida en un cuerpo de carne y hueso. La técnica se creó en 1950, en tiempos de posguerra. Kazuo Ōno y Tatsumi Hijikata llevaron a las calles de Japón el pesar y el horror del campo de batalla. En la danza Butoh no debe haber vida, ni aun fuego, la pasión se extingue y al contrario sobran cenizas de bombas atómicas. La humanidad muere y los monstruos toman posesión del cuerpo, que se retuerce y gime sin hablar.
Kazuo Ōno (27 de octubre de 1906-01 de junio del 2010)
Tatsumi Hijikata (09 de marzo de 1928-21 de enero de 1986)
A nosotros, acostumbrados a la estética convencional de occidente, el butō debe causarnos perversión para admitir nuestra debilidad. El propósito del butō como arte es la representación de lo más oscuro sin dulcificar el dolor. No es una danza que renació de entre los escombros del conflicto, para demostrar que la humanidad todavía tiene alma. El butō tampoco significa que, a pesar de la codicia entre naciones, aunque los fuertes esclavicen sus cuerpos, nunca gobernarán la libertad de sus espíritus. En el butō, la humanidad no tiene alma. No hay hermosura que merezca ser vivida. El butō es la desesperanza, la muerte y la agonía que obliga a los humanos a hacer guerra entre ellos. No únicamente bailan los cuerpos, sino que bailan las sombras en el escenario, marchitándolo todo, hasta la misericordia del espectador. Los cuerpos del butō son cuerpos heridos sumergidos en alcohol. Se tuercen adoloridos por cuanto están siendo des-bestiados del terror, de sus enfermedades, liberados de su propia maldad. Maquillados para borrarse sus pieles y asimilar la muerte en el cuerpo, bailan aparentando desnudez, aquella desnudez real junto a la patética verdad de cada animal fingiendo ser humano. Los rostros afligidos enroscan sus bocas a veces sin dientes, mientras sus cuerpos se doblan partidos por la mitad, como recién apuñalados. Repiten lamentos desde la cabeza hasta los pies, arrastrándose, temblando y sufriendo todo cuanto pueda sufrirse. Los cánones estéticos europeos rechazaron las imágenes repulsivas y enfermizas de la danza, fortaleciendo el significado y el propósito de esta danza.
Kōsa-Entre dos espejos II (scene IV)
El butō no pretende conmover, ni hacer reír, ni provocar bonitos cosquilleos al observador. El butō despierta la consciencia e incomoda. La danza se rebela contra los estereotipos de belleza, desmayando nuestra búsqueda de lo hermoso, obligándonos a mirar lo feo de cerca con espanto y terrible asombro. Hemos de sentir amargo el corazón, tragar la atrocidad entera, y sobrecogidos de temblor con los ojos sobre el escenario, averiguar si nuestra debilidad es capaz de soportar los crímenes de guerra en un escenario, con música y bailarines atormentados.
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Hoy en día, la compañía Sankai Juku es la representante mundial del butō y, a petición del Festival Cervantino, ha creado Kōsa – Entre dos espejos. Esta pieza se trata de extractos del repertorio de la compañía, pero reelaborados en pandemia con la intención de constituir una obra nueva que saca a la luz la quintaesencia de las coreografías de Ushio Amagatsu, fundador de Sankai Juku y una de las figuras centrales del butō. No te pierdas la oportunidad de presenciar una de las manifestaciones artísticas y ontológicas más interesantes en la actualidad.