Luquín abreva en numerosos manantiales, desde los pre-rafaelitas a los hiper-realistas, de los comics europeos a los videoclips. Pero también en los mundos impalpables y opresivos de Beckett, Kafka o Buzzati. Pero vomitará, regurgitará, en su propio espacio, en nuestro propio, inadmisible, intolerable espacio. Construye e inventa, con una lucidez afilada, una propuesta inclemente, descarnada, impertinente. Y, sin embargo, todo pasa como si la obra le fuera impuesta, como si sus propios infiernos posaran desafiantes e inevitables. El testimonio de Luquín es como el de las cámaras de video de los bancos o supermercados, insolentes, neutras e impasibles. Pero una cámara condenada a los más impensables y absurdos parajes.
Curaduría: Antonio Luquín y Moisés Argüello