Danza sonorense, rock tamil y canto portugués convergen en el FIC 51  

  • Jhanu celebró la existencia de humanidad en una noche de rock poderosa y enérgica.
  • La danza sonorense se hizo presente con la compañía Quiatora Monorriel y el monólogo coreográfico de David Barrón.
  • Teresa Salgueiro rindió un tributo a José Alfredo Jiménez, la poesía y música de Latinoamérica.

En la cabeza yace el pensamiento, pero también un motivo de movimiento para la compañía de danza contemporánea Quiatora Monorrirel, quien llegó por primera vez a los escenarios del Festival Internacional Cervantino (FIC).

El Teatro Principal le dio lugar a la primera de dos funciones en la edición 51, en la que su director, Benito González, utilizó diversos recursos creativos, como la repetición y mecanización, para encauzar el cuerpo hacia un trance físicamente extenuante. 

Durante 40 minutos los intérpretes exploraron múltiples posibilidades de movimiento en las que se utiliza la parte superior del cuerpo humano como eje y motor a lo largo del discurso coreográfico. Esto se complementa con transiciones en cardumen que parten de la acción de una cabeza para después contagiar al resto de los bailarines.

El sentido espiritual prevalece a lo largo de la pieza, lo cual la posiciona como un encuentro más apegado a lo ritual. Con esto se hace visible la idea de que el humano puede llegar a robotizarse en tanto adopte un comportamiento y posición frente al mundo.

La oferta dancística sonorense continuó con el monólogo coreográfico BLEU: Nostalgia heredada, una obra intimista y minimalista del coreógrafo y bailarín sonorense David Barrón. La puesta en escena presentada en el Teatro Cervantes incorpora danza, mímica y elementos propios del teatro del absurdo para construir una atmósfera cargada de emocionalidad, intimidad y nostalgia, que destapa las cicatrices del pasado y los recuerdos manifiestos en el presente.

La presencia de un piano de cola que jamás es tocado funge como simbolismo en escena. El instrumento mantiene a Barrón y a sus dos réplicas en la sanidad mental, quienes intentan llenar un sentimiento de vacío a través del movimiento. A su vez, la iluminación y el fondo negro hacen ver a Barrón como un náufrago de su propia conciencia, con partes difusas en el subconsciente que encuentran salida gracias a la danza.

Más tarde, la energía y el poder interpretativo de Jhanu hicieron vibrar la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas, con un concierto en celebración a la humanidad y la unión de los corazones a través de la música.

La agrupación, que es originaria del pueblo de Tamil Nadu, India, interpretó un programa con sus éxitos más recientes, en los que reflejó la herencia cultural de su región. La noche comenzó con Achamillai (Sin miedo), seguida de Odi pro (Huir), Ven meygam (Nube blanca) y Kaadhal leelai (El amor es el amor), canciones que conectaron con el público pese a la diferencia de idiomas.

“Queremos dar el mensaje que, aunque no hablamos el mismo idioma, no hay una barrera, es sólo el poder de expresar el amor y la energía. Lo que nos destaca como grupo es la combinación de los cuatro elementos, la batería, la guitarra, el bajo y la voz; es lo que nos da ese toque único”.

“También queremos transmitir el poder de reunir a la gente, a muchos seres humanos en un solo lugar, la alegría de estar en un mismo espacio”, comentaron los integrantes de Jhanu para el Festival Internacional Cervantino.

Además de la música, Jhanu incorpora elementos adicionales en sus presentaciones, como máscaras, con lo que busca mostrar las diferentes facetas de la banda. Fue así como se ganó el corazón del público cervantino, en una noche cargada de energía, poder y expresión musical.

La voz de Teresa Salgueiro traspasó las calles, los oídos y los escenarios hasta convertirse en una figura representativa de la música portuguesa. Fue así como conquistó al público cervantino por segunda ocasión, con un concierto en el que se hizo audible su talento.

“Teresita”, como una mujer del público la llamó, ante el agradecimiento de la propia cantante, apareció en medio de una nube azulada de humo, que luego dejaría las sombras para bailar al son de piezas tradicionales del siglo XIII, ecos de Madredeus y algunas piezas latinoamericanas.

El homenaje a José Alfredo Jiménez conmovió al auditorio con la interpretación de El hijo del pueblo, la cual fue dedicada a la hija del cantautor, quien se encontraba entre el público asistente. La noche culminó con Gracias a la vida de Violeta Parra, en la que Teresa Salgueiro se entregó en el escenario y provocó el clamor del público para escucharla dos veces más antes de su partida.

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Créditos de fotografías: FOTO FIC

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